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Ciudad de negocios, de
predominio de los capitales financiero, comercial y de servicios,
integrada con una región en la que predomina el capital industrial
explotador de recursos minero-energéticos, todo en un ambiente en el
que la cultura política es reemplazada por la cultura del
emprendimiento, la innovación y la competitividad, y donde la famosa
inversión social prioriza la producción de una imagen urbana
atractiva a los inversionistas y en la realización de macro-eventos
como mundiales deportivos, congresos de bancos internacionales,
mega-conciertos, eventos de moda, ferias turísticas, encuentros de
organizaciones multilaterales, etc.
Así es como nos vamos damos
cuenta de lo que está sucediendo con la ciudad real, no la que crece
con el nombre de Medellín (la marca comercial, habría que decir),
sino esta que crece en la tierra. Porque, más que preguntarnos qué
es Medellín, y responder, como hace la Alcaldía, que es una idea,
un proyecto económico, un imaginario, una percepción, o una matriz
internacional de negocios; habría que preguntar quién es
Medellín, qué población la compone, la habita, y qué está
sucediendo con ella.
Nos enteramos de que el
presupuesto directamente invertido en “calidad de vida” y en cuya
asignación incide la “ciudadanía” es el famoso presupuesto
participativo que nos ha puesto a competir por las migajas que nos
“regala” la Administración. Además de ser una fracción
irrisoria del presupuesto total (5%), y que quienes se quedan con la
mayor tajada no son las comunidades sino los paramilitares
legalizados, ha sido claro el hecho de que no resuelve los problemas
de pobreza, exclusión, marginación y desigualdad, ya que esos son
problemas estructurales y generalizados, que nunca podrán ser
resueltos con recursos focalizados para aliviar situaciones de
pobreza, porque la pobreza en Medellín ni es una situación
ni es focalizada, es una condición
y es generalizada.